lunes, 15 de noviembre de 2010

.3 cuentos.

Quién dijo diferente

Era un viernes, día frío de invierno, en la clase de primero de bachillerato de un instituto madrileño. Aashish se sentaba con sus amigos alrededor de un grupo de mesas al fondo. Era un viernes como otro cualquiera y el chico se encontraba muy a gusto, como desde que llegó a España. Su origen era Indio y su familia emigró por motivos laborales.

Pero ese mismo viernes, a Aashish no le esperaba una sorpresa muy agradable. Lo cierto era que se había integrado a la perfección, la mayoría de compañeros lo habían acogido con amabilidad y cierta curiosidad. Todo le había ido bien hasta aquel día, en que ciertos compañeros de la clase decidieron que no se merecía tal trato. Ellos se sentían con derecho a elegir quién entraba en su círculo y quién no, y para ellos Aashish no entraría. En cierta medida se sentían amenazados por la forma en que el resto de compañeros habían recibido a ese chico nuevo y distinto a ellos, haciéndose cada vez más ''popular'' y pasando a formar parte del día a día de todos ellos como uno más; por esto, le prepararon una emboscada.
El profesor llegó ese día anunciando la desaparición de una cartera, casualmente, la cartera del chico más influyente de la escuela, Manuel, que, más casualmente aún, formaba parte de ese círculo que estaba resentido hacia Aashish. Ellos culparon de inmediato al chico, quien se encontró muy avergonzado, más aún al saber que eso no era cierto.



Para el asombro del grupo del  ''perjudicado'' en cuestión fue toda una sorpresa ver que la clase no creía que hubiese sido Aashish, si no que comenzaron a buscar la cartera por otras zonas, encontrándola finalmente bajo la mesa del mismo Manuel. Con ello, Aashish, y con él el grupo de Manuel, se dio cuenta de el fallo de la jugada: había hecho amigos de verdad y había logrado integrarse en el grupo incluso mejor que personas que llevaban allí toda su vida, y que creían tener más derecho a formar parte del mismo. 


Una cinta métrica

Aazzi recordaba a sus ya 20 años su vida en Sierra Leona. En la actualidad vive en las Islas Canarias, aún con su hermano, quién era todavía más joven que ella cuando decidió que debían irse de su tierra si querían prosperar.

Recordó entonces cuando eran casi unos bebés y su madre se veía incapaz de alimentarles, estando ella peor que ellos y a pesar de todo, brindándoles hasta el último gramo de comida que podía conseguir. Recordó la alegría por que estuvieran vivos de unos, se tornaba en sombras en los médicos extranjeros, voluntarios de los que se aceptaba la ayuda que traían. Recordó la cinta métrica que una de ellos les puso alrededor del brazo a su hermano, a ella y a su madre, viendo las rayitas que mostrarían lo que comían por aquél entonces, y de cuando entonces sacudió la cabeza con la mirada baja; recordó que cuando le preguntó a la joven ella se colocó la cinta en torno a su propio brazo y se la mostró.




Antes de que supiera que el marasmo y kwashiorkor son dos de las manifestaciones de la desnutrición severa, con cuerpos esqueléticos o hinchazón provocada por un hígado hipertrofiado, ella estaba ya acostumbrada a ver esos signos en los niños de su poblado.

Cuando, teniendo Aazzi 16 años, su madre cayó gravemente enferma hasta el punto de no recobrarse, recordó haber cogido a su hermano y haberlo llevado hasta el lugar donde subirían a una barca para no volver. De cómo consiguieron llegar a tierra en medio de ese mar de agua si que no se acordaba, sí de cómo miraba su hermano sin comprender, de cómo se extañaba más todavía cuando ella hablaba sobre una cinta métrica.... aún ahora la miraba en ocasiones sin comprender.

Aazzi supo que no lo tendría fácil y, tras 2 años en un centro en que se les acogió y en el que se ofreció una breve educación a su hermano Abay y un trabajo a ella se les concedió el piso en el que viven hoy. El mismo piso en el que está el televisor en el que ha visto en un anuncio de adelgazantes la misma cinta métrica que usaron en torno a los brazos de su familia, la cinta que le ha hecho recordar...



La Montaña de Humo


Botum (princesa) vive en el Reino de Camboya ( Preah Reach Ana Pak Kampuchea), en un pequeo poblado de hogares muy humildes, tan humildes que no están provistos de  luz o agua corriente, a las afueras de la capital Phnom Penh. Sus padres se ganan la vida como ganaderos y los niños tratan de colaborar en lo que pueden buscando entre enormes montañas de deshechos en los márgenes de la civilización, en lo que llaman ''La Montaña de Humo'', por la nube de gases tóxicos que está permanentemente sobre la zona y por la bofetada de hedor que golpea a los que por allí se acercan.

Un día, estaba Botum con sus hermanitos al amanecer recogiendo latas y plásticos con sus pinchos, por los que con suerte obtendrían al final del día 500 o 600 riels. Sabían que debían hacerlo por ellos mismo y pos su familia, todos debían ayudar y consideraban ese lugar como su propio pequeño reino, que exploraban desde que salía el Sol hasta que se ocultaba en busca de aquello que podría mejorar su vida. A pesar de lo duro del trabajo no lo odian, saben que no podrían hacer otra cosa, todo por lo que les han dicho; pero eso no evita que sueñen con un mejor lugar en el que ese olor a  'Montaña de Humo' como lo llaman ellos, desaparezca totalmente.


Escucharon entonces el sonido de los camiones que venían a descargar lo que procedía de la ciudad. Cuando terminaron, el grupo de 8 hermanos acudió corriendo hacia la nueva montaña por si encontraban algo de valor, esquivando los vehículos que aún andaban por allí. Es lo que hacían cada día. Pero esa mañana sería diferente. Botum encontró entonces una bonita diadema cubierta de mugre y se la colocó sobre la cabeza, muy contenta. Uno de sus hermanitos, Neahn, exclamaba: '¡Ahora sí que pareces una bonita princesa! ¡La princesa de la Montaña de Humo!'
El halago del pequeño apenas lo llegó a escuchar Botum, ya que en ese mismo momento otro de sus hermanos lo ahogó con una advertencia.

Algunas semanas después Botum se encontraría ante un periodista extranjero contando cómo perdió a su hermano Neahn cuando lo atropelló un camión, y cómo eso pasaba diariamente, sin que los conductores miraran por sus retrovisores o se molestaran en apartar sus máquinas.

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